Ricardo Alfonsín
Foto: 7 Días
05-06-2009 / Pide debatir ideas y asegura que va a derrotar al candidato de Unión Pro en la provincia de Buenos Aires, a quien acusa de “no representar a los sectores populares”. Dice que hay un resurgimiento del radicalismo y recuerda a su padre, a dos meses de su muerte: “Extraño sus consejos”.
Por Gastón Rodríguez (Desde Chascomús)gastonr@revista7dias.com
Foto: 7 Días
05-06-2009 / Pide debatir ideas y asegura que va a derrotar al candidato de Unión Pro en la provincia de Buenos Aires, a quien acusa de “no representar a los sectores populares”. Dice que hay un resurgimiento del radicalismo y recuerda a su padre, a dos meses de su muerte: “Extraño sus consejos”.
Por Gastón Rodríguez (Desde Chascomús)gastonr@revista7dias.com
“Cuando uno se dedica a la política no hay velorio, ni bautismo ni casamiento, ni cumpleaños. De hecho hasta me perdí las bodas de oro de mis padres por dedicarme a esto”, confía el hombre, dos segundos antes de que el destino lo ponga a prueba. “No me digas. ¿Cuándo lo entierran? Ahora estoy haciendo una nota. Después te llamo”. Ricardo Alfonsín corta desencantado la comunicación telefónica. Pide perdón por la interrupción y busca inmediatamente contención en su mujer Cecilia. “Murió el tío Fernando”, era la noticia y todos en ese momento pensamos que la nota naufragó. Error. Estamos ante un candidato en campaña. Una raza particular capaz de faltar a su propio nacimiento. Pero además el hombre tiene vocación. Le pone el cuerpo y algo más a lo que hace. Un rato antes había dado pistas de que los compromisos sociales son lujos que su actividad no le fía. Fernando era hermano de su padre Raúl, además de la sangre, compartió con él un final plagado de dolor por culpa de una maldita metástasis. Tenía 78 años y fue el responsable del Plan Alimentario Nacional (PAN), un hito del gobierno alfonsinista. “Pobrecito”, se lamenta el sobrino y luego sí, pide continuar con la entrevista.
–¿Cómo recompensa a su familia por todo el tiempo que les quita la política?
–Creo que no los recompenso. Yo viví mucho esa situación de chico. Mamá era una persona que sufrió mucho la política. Soportó las ausencias de papá, las cárceles, las amenazas. A mis hijos también los hago sufrir, pero ellos jamás me reprocharon mi actividad.
–¿Cómo está hoy su madre?
–Mamá está triste. Le falta su compañía y además no esta bien de salud. Ya tiene 82 años.
–¿Se hace tiempo para visitarla?
–Sinceramente, en época de campaña no puedo. Hace bastante que no la veo porque voy de un lado al otro todo el día. Tengo problemas hasta para estar con mis hijos o encontrarme con mis hermanos. No los veo con la frecuencia con la que me gustaría hacerlo.
Ricardo responde sin hacer cálculos previos. Es sincero, aun con el riesgo de mostrarse insensible. Sabe que no es así, que como todo “gallego” es familiero y que si no está junto a los suyos es simplemente por su testaruda visión altruista del mundo.
“A mí me duele la injusticia social. La sociedad debe ser organizada de manera tal que cada uno de sus miembros pueda vivir con dignidad. Por eso el radicalismo es una concepción moral antes que nada, y no me refiero solamente al deber de ser honesto, eso es fácil. Para mí es, inclusive, preideológico”, define.
–¿Percibe un resurgimiento del radicalismo?
–Sí. Se ha generado una expectativa otra vez porque en la sociedad se están revalorizando cuestiones que están muy relacionadas a la doctrina y a la historia de la Unión Cívica Radical. Me refiero a la República y a los valores asociados a ella, a la necesidad del diálogo, a la disposición al consenso y al respeto a quienes piensan diferente. Y también influye el transcurso del tiempo. Han pasado algunos años desde el 2001, que es el hecho que explica la crisis profunda que vivió el partido.
–¿Cuánto daño le hizo Fernando de la Rúa al radicalismo?
–Prefiero no personalizar, pero el gobierno de la Alianza le hizo mucho daño a la República. No supimos resolver los problemas que había generado el justicialismo en los noventa. Sin embargo, también es cierto que los problemas no los creamos nosotros. Para mí el daño que el justicialismo le hizo al país durante aquella década es infinitamente mayor. Todavía vamos a estar mucho tiempo pagando las consecuencias de esos años en términos políticos, económicos y culturales.
–¿Cuáles son las expectativas para las elecciones del próximo 28 de junio?
–Podemos ganar. Algunas encuestas encargadas por la oposición nos dan terceros, pero nosotros tenemos información que dice que estamos empatados en el segundo lugar con el Pro peronismo y por debajo de Néstor Kirchner a sólo tres o cuatro puntos. Pensamos descontar esa diferencia en los días que nos resta de campaña.
–¿Qué papel juega Julio Cobos en el actual radicalismo?
– Evidentemente hoy es uno de los presidenciables en la Argentina junto con Hermes Binner y Elisa Carrió. Pero falta mucho tiempo para el 2011 y puede aparecer otro.
–¿Ese otro puede ser usted?
–A cualquier argentino que tiene una preocupación por la cosa pública le gustaría trabajar para el país desde ese lugar, pero no está en mis planes ser presidente en el 2011.
Batalla desigual. Los afiches kilométricos que empapelan la ciudad mostrando a sus rivales insisten en recordarle a Ricardo Alfonsín que no la va a tener nada fácil en la provincia de Buenos Aires. El candidato a diputado del radicalismo, aliado con el Acuerdo Cívico y Social, piensa que está en desventaja. Librando una batalla con armas de cartón. Pero no pierde la fe.
“Hoy, los únicos que pueden informar sobre sus propuestas son los que tienen más recursos. De un lado está el Gobierno que puede aprovecharse del Estado para facilitar su campaña. Y del otro está el Pro peronismo con dos dirigentes como Mauricio Macri y Francisco de Narváez que pertenecen a grupos económicos. Estos últimos candidatos, por sus concepciones, no van a defender los intereses de los que van a votarlos”, advierte.
–¿De Narváez resiste un debate de ideas?
–No lo sé porque nunca lo he tenido, pero me encantaría preguntarle, cómo puede estar preocupado por la justicia social siendo admirador de Carlos Menem. De Narváez es el nuevo menemismo.
–¿Que piensa de que haga hincapié en la inseguridad?
–Pienso que está confundiendo a la gente. Instala la idea de que lo que vamos a elegir es un ministro de seguridad. Él dice por ejemplo: “Yo tengo un plan”. Si lo tiene que lo acerque al gobernador porque no necesita ser diputado para eso.
Mala palabra. Ricardo ahora ríe con ganas. La visita guiada por su patria chica le hace mostrar los dientes seguido. Confiesa que prefiere a Fabio Alberti por sobre Diego Capusotto y que lo alivia no estar en la casa de “Gran cuñado”. La cancha de paleta frente a la plaza Independencia, el club Regatas bordeando la laguna y el viejo comité radical son paradas obligadas en un pueblo que recibe a sus visitantes con una leyenda algo obvia: “Chascomús, cuna del padre de la democracia”.
–¿Cómo era ser el hijo del presidente?
–Lo viví con cierta angustia. Siempre imaginé que no íbamos a salir indemnes de ese gobierno.
–¿En algún momento sintió que su apellido era una mala palabra?
–Gracias a Dios no nos conocían en esa época y podíamos salir a la calle. Sentía una mezcla de pena, bronca e impotencia porque me hubiera gustado explicar muchas cosas. Durante muchos años fue una situación jorobada.
–Pareciera que con la muerte de su padre todo aquello se borró…
–No somos rencorosos. Me he encontrado con muchos tipos que han sido muy duros con mi padre y sin embargo les creo cuando me dicen que después lo revalorizaron.
–¿Qué es lo que más extraña de él?
–Cuando había que tomar una decisión, sobre todo las más difíciles, se lo terminaba consultando a él. Todos estábamos mucho más tranquilos después de escuchar su opinión. Si las cosas salían mal teníamos a quien responsabilizar (risas).
–¿Siente la presión de continuar con su legado?
–No, yo soy como soy. No tengo porque ser Raúl Alfonsín.
Fotos: Nacho Arnedo.
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